lunes, 23 de julio de 2012

Viaje al centro de la Tierra - Capítulo 1

- Viaje al centro de la Tierra (1864) - Capítulo 1 -


El domingo 24 de mayo de 1863, mi tío, el profesor Liden­brock, entró rápidamente a su hogar, situado en el número 19 de la König-strasse, una de las calles más tradicionales del barrio antiguo de Hamburgo.
Marta, su excelente criada, se preocupó sobremanera, creyendo que se había retrasado, pues apenas empezaba a cocinar la comida en el hornillo.
"Bueno"- pensé para mí- , si mi tío viene con hambre, se va a armar la de San Quintín; porque no conozco a otro hombre de menos paciencia.
-¡Tan temprano y ya está aquí el señor Lidenbrock! -exclamó la pobre Marta, con arrebol, entreabriendo la puerta del comedor.
-Sí, Marta; pero tú no tienes la culpa de que la comida no esté lista todavía, porque es temprano, aún no son las dos. Acaba de dar la media hora en San Miguel.
-¿Y por qué ha venido tan pronto el señor Lidenbrock?
-Él lo explicará, seguramente.
-¡Ahí viene! Yo me escapo. Señor Axel, cálmelo usted, por favor.
Y la excelente Marta se retiró presurosa a su recinto culinario, dejándome solo.
Pero, como mi timidez no es lo más indicado para hacer entrar en razón al más irascible de todos los catedráticos, había decidido retirarme prudentemente a la pequeña habitación del piso alto que utilizaba como dormitorio, cuando se escuchó el giro sobre sus goznes de la puerta de la calle, crujió la escalera de madera bajo el peso de sus pies fenomenales, y el dueño de la casa atravesó el comedor, entrando con apresuramiento en su despacho, y dejando al pasar, el pesado bastón en un rincón, arrojando el mal cepillado sombrero encima de la mesa, y dirigiéndose a mí con tono imperioso, dijo:
-¡Ven, Axel!
No había tenido aún tiempo material de moverme, cuando me gritó el profesor con acento descompuesto:
-Pero,apúrate, ¿qué haces que no estás aquí ya?
Y me precipité en el despacho de tan irascible maestro. Otto Lidenbrock no es mala persona, lo confieso ingenuamente; pero, como no cambie mucho, lo cual creo improbable, morirá siendo el más original e impaciente de los hombres.
Era profesor del Johannaeum, donde dictaba la cátedra de mineralogía, enfureciéndose, por regla general, una o dos veces en cada clase. Y no porque le preocupase el deseo de tener discípulos aplicados, ni el grado de atención que éstos prestasen a sus explicaciones, ni el éxito que como consecuencia de ella, pudiesen obtener en sus estudios; no, semejantes detalles lo tenían sin cuidado. Enseñaba subjuntivamente, según una expresión de la filosofía alemana; enseñaba para él, y no para los otros. Era un sabio egoísta; un pozo de ciencia cuya polea rechinaba cuando de él se quería sacar algo. Era, en una palabra, un avaro del conocimiento.
En Alemania hay algunos profesores de esta especie.
Mi tío no gozaba, por desgracia, de una gran facilidad de palabra, por lo menos cuando se expresaba en público, lo cual, para un orador, constituye un defecto lamentable. En sus lecciones en el Johannaeum, se detenía a lo mejor luchando con un recalcitrante vocablo que no quería salir de sus labios; con una de esas palabras que se resisten, se traban y acaban por ser expelidas bajo la forma de un taco, siendo éste el origen de su cólera.
Hay en mineralogía muchas denominaciones, semigriegas, semilatinas, difíciles de pronunciar; nombres rudos que lastimarían los labios de un poeta. No quiero criticar a esta ciencia; lejos de mí profanación semejante. Pero cuando se trata de las cristalizaciones romboédricas, de las resinas retinasfálticas, de las selenitas, de las tungstitas, de los molibdatos de plomo, de los tunsatatos de magnesio y de los titanatos de circonio, bien se puede perdonar a la lengua más expedita que tropiece y se haga un enredo.
En la ciudad era conocido por todos este excusable defecto de mi tío, por el que muchos desahogados aprovechaban para burlarse de él, cosa que le exasperaba en extremo; y su furor era causa de que arreciasen las risas, lo cual es de muy mal gusto hasta en la misma Alemania. Y si bien es muy cierto que contaba siempre con gran número de oyentes en su aula, no lo es menos que la mayoría de ellos iban sólo a divertirse a costa del catedrático.
Como quiera que sea, no me cansaré de repetir que mi tío era un verdadero sabio. Aun cuando rompía muchas veces las muestras de minerales por tratarlos sin el debido cuidado, unía al genio del geólogo la perspicacia del mineralogista. Con el martillo, el punzón, la brújula, el soplete y el frasco de ácido nítrico en las manos, no tenía rival. Por su modo de romperse, su aspecto y su dureza, por su fusibilidad y sonido, por su olor y su sabor, clasificaba sin titubear un mineral cualquiera entre las seiscientas especies con que en la actualidad cuenta la ciencia.
Por eso el nombre de Lidenbrock gozaba de gran predicamento en los gimnasios y asociaciones nacionales. Humphry Davy, de Humboldt y los capitanes Franklin y Sabine no dejaban de visitarle a su paso por Hamburgo. Becquerel, Ebejmen, Brewster, Dumas y Milne-Edwards solían consultarle las cuestiones más palpitantes de la química. Esta ciencia le debía magníficos descubrimientos, y, en 1853, había aparecido en Leipzig un Tratado de Cristalogiafía trascendental, por el profesor Otto Lidenbrock, obra en folio, ilustrada con numerosos grabados, que no llegó, sin embargo, a cubrir los gastos de impresión.
Además de lo dicho mi tío era conservador del museo mineralógico del señor Struve, embajador de Rusia, preciosa colección que gozaba de merecida y justa fama en Europa.
Tal era el personaje que con tanta impaciencia me llamaba. Imaginaos un hombre alto, delgado, con una salud de hierro y un aspecto juvenil que le hacía aparentar diez años menos de los cincuenta que contaba. Sus grandes ojos observaban a todas partes detrás de sus amplias gafas; su larga y afilada nariz parecía una lámina de acero; los que le perseguían con sus burlas decían que estaba imanada y que atraía las limaduras de hierro. Calumnia vil, sin embargo, pues sólo atraía al tabaco, aunque en gran abundancia, dicho sea en honor de la verdad.
Cuando haya dicho que mi tío caminaba a pasos matemáticamente iguales, que medía cada uno media toesa de longitud, y añadido que siempre lo hacía con los puños sólidamente apretados, señal de su carácter irascible, lo conocerá lo bastante el lector para no desear su compañía.
Vivía en su modesta casita de König-strasse, en cuya construcción entraban por partes iguales la madera y el ladrillo, y que daba a uno de esos canales tortuosos que cruzan el barrio más antiguo de Hamburgo, felizmente salvado del incendio de 1842.
Cierto que la tal casa estaba un poco inclinada y amenazaba con su vientre a los transeúntes; que tenía el techo caído sobre la oreja, como las gorras de los estudiantes de Tugendbund; que la verticalidad de sus líneas no era lo más perfecta; pero se mantenía firme gracias a un olmo secular y vigoroso en que se apoyaba la fachada, y que al cubrirse de hojas, llegada la primavera, remozábala con un alegre verdor.
Mi tío, para profesor alemán, no dejaba de ser rico. La casa y cuanto encerraba, eran de su propiedad. En ella compartíamos con él la vida su ahijada Graüben, una joven curlandesa de diez y siete años de edad, la criada Marta y yo, que, en mi doble calidad de huérfano y sobrino, le ayudaba a preparar sus experimentos.
Confieso que me dediqué con gran entusiasmo a las ciencias mineralógicas; por mis venas circulaba sangre de mineralogista y no me aburría, jamás en compañía de mis valiosos pedruscos.
En resumen, que vivía feliz en la casita de la König-strasse, a pesar del carácter impaciente de su propietario porque éste, independientemente de sus maneras brutales, me profesaba gran afecto. Pero su gran impaciencia no le permitía aguardar, y trataba de ir más aprisa que la misma naturaleza.
En abril, cuando plantaba en los potes de loza de su salón pies de reseda o de convólvulos, iba todas las mañanas a tirarles de las hojas para tratar así de acelerar su crecimiento.
Con tan original personaje, no tenía más remedio que obedecer ciegamente; y por eso acudía presuroso a su despacho.

Viaje al centro de la Tierra

- Viaje al centro de la Tierra -



Ésta será la primer obra que se irá publicando, a veces capítulos enteros, a veces de a párrafos más pequeños.
En una publicación está el original sin tocar. Y en la siguiente, un pequeño análisis sobre los puntos más interesantes de esa publicación.
El avance será lento, no tengo apuro para hacerlo, pero prefiero hacerlo bien. Esto es, apenas, un "prefacio", una introducción, en la siguiente publicación aparecerá ya el inicio de la obra y en la otra el primer estudio.

Los diálogos entre los protagonistas están en negritas, los pensamientos en texto normal.

Breve Biografía de Julio Verne

- Breve Biografía de Julio Verne -

Jules Gabriel Verne (Nantes, 8 de febrero de 1828 – Amiens, 24 de marzo de 1905), conocido en los países de lengua española como Julio Verne, fue un escritor francés de novelas de aventuras. Es considerado junto a H. G. Wells uno de los padres de la ciencia ficción.
Es el segundo autor más traducido de todos los tiempos, después de Agatha Christie, con 4.185 traducciones, de acuerdo al Index Translationum.
Algunas de sus obras han sido adaptadas al cine. Predijo con gran exactitud en sus relatos fantásticos la aparición de algunos de los productos generados por el avance tecnológico del siglo XX, como la televisión, los helicópteros, los submarinos o las naves espaciales. Fue condecorado con la Legión de Honor por sus aportes a la educación y a la ciencia.

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Sinceramente, imagino que hay muchos sitios que tratan la Biografía con mucho mayor lujo de detalle.
Yo solamente deseo agregar que conocí en mi niñez las primeras obras de Julio Verne, en ediciones ilustradas y también no ilustradas.
Principalmente, Viaje al Centro de la Tierra es uno de mis favoritos. Dos años de vacaciones fue uno de los primeros que leí, El Faro del Fin del Mundo, regalo de mi hermano y muchas, muchas otras obras. Una de las últimas que leí (y que descubrí), fue El Rayo Verde, libro que recomiendo a todo aquel que haya leído cualquiera de las múltiples obras de Julio Verne.
Soy un admirador de Julio Verne, sin duda un adelantado a su tiempo, con las predicciones de la televisión, los helicópteros, los submarinos o las naves espaciales.

Esta es mi pequeña ofrenda a uno de los más grandes escritores, que aportó a la educación y a la ciencia, en el siglo XIX. Un adelantado, sin lugar a dudas.

Los Destinos en la Literatura de Julio Verne

- Los Destinos en la Literatura de Julio Verne -

La intención de este blog es un humilde recorrido por los lugares a donde nos lleve Julio Verne en sus historias.

Básicamente, primero se irán publicando las obras de Julio Verne por capítulos, luego se irá añadiendo información de interés sobre los lugares nombrados en sus viajes. Mientras que una obra lo permita, se irá añadiendo información sobre el recorrido, sobre como  se hacía en su época y cómo se hace ahora.

Cuando haya un tema difícil de cubrir, o una visita a un lugar... digamos... al Centro de la Tierra... entonces mostraremos informaciones científicas sobre el lugar, siempre con una expresión fácil de entender para todos los visitantes.

De ninguna manera promovemos la piratería por ir publicando las obras de Julio Verne, al contrario, mi intención es difundir la cultura de un gran ser humano, Julio Verne, nada menos. Además, sus obras ya son del dominio público.

Si les gusta el contenido o si desean más información, no duden en que sus comentarios, mientras que sean respetuosos, siempre tendrán respuesta.

Un abrazo a todos aquellos que leen este mensaje, saludos de un simple lector.

Santiago Pereira Yaquelo